¿Dónde está el límite que une y separa la coherencia personal y la del partido?
Cuando alguien se renuncia a sí mismo en una idea y defiende aquella otra que podría interpretarse como contraria, no podemos sino pensar que en esa privación de la propia voluntad se esconde algo importante y superior. Ese renunciamiento, lejos de suponer un sacrificio, está alentado por una perspectiva que quizá esté oculta a los demás pero que aparece clara para quien toma esa decisión.
Esa es la situación en la que muchas veces se encuentran aquellas personas que se dedican a la política, cuando en ellos se produce disonancia cognitiva. «La disciplina de partido” es una herramienta eficaz para asegurar al electorado que la confianza que ha depositado en esa formación política no se verá afectada por personalismos.
Porque en el sistema democrático actual el votante otorga su confianza, no a una persona en concreto, sino a un conjunto de candidatos que defienden un proyecto común.
Y por ello algunas veces, en política se debe renunciar a las ideas propias en beneficio de un bien mayor, el de los ideales que tu grupo representa. Cuando esa renuncia tácita se ejerce libre y voluntariamente, ésta se convierte en aceptación, concepto más amable y comprensible por aquellos que, a veces, juzgan al político como una persona que “piensa una cosa y hace la contraria”. Una comprensión tan necesaria en estos momentos de inquina contra la clase política.
Y en algunos casos incluso, se puede entrever que la persona que ha renunciado y ha aceptado, transmite parte de su libertad de expresión al partido en el que milita, y lo hace en señal de reconocimiento a un bien mayor, los ideales que su organización representa.
Esa es la política al servicio de la ciudadanía. Anhelada por el electorado e inevitable para quien quiera demostrar que su formación es confiable.
Una organización política debe trasladar confianza a sus votantes, y aún más, una vez obtenidos unos u otros resultados electorales, a todos los ciudadanos que esperan gestos altruistas y libres de renuncia, aceptación y dádiva a los demás.